A propósito de eso, el otro día leí en El Mercurio una columna de don Darío Rodríguez, destacado sociólogo y profesor universitario, que me hizo clases en un par de ramos durante la carrera. El título de la columna era la pregunta que inspiró mi post:"¿Somos trabajólicos ineficientes?".
Iré citando de a poco:
"Aunque se repite que los chilenos trabajamos más horas al día que muchos otros pueblos -incluso de países altamente desarrollados-, también se nos dice que este exceso de trabajo no se refleja en las cifras. ¿Dónde está la trampita?"
Recién el año pasado se redujo la jornada laboral de 48 a 45 horas semanales. María Ester Feres, ex Directora del Trabajo, comentaba en esta columna antes de que se materializara la reducción los efectos de una jornada laboral larga: sedentarismo, escaso tiempo libre, baja alerta, etc. Si a eso le sumamos los tiempos usados en traslado... uf. Ella decía:
"Cabe preguntarse si la gran cantidad de horas laborales por individuo no es parte integrante también de la baja productividad individual del trabajo, como se refleja en la posición sostenidamente baja de nuestro país en los mismos rankings que miden la duración de la jornada."
Esa pregunta, o "la trampita", es abordada por Don Darío de la siguiente forma:
"La cultura laboral chilena está fuertemente marcada por lo que fue la hacienda. Los terrenos de éstas no se cultivaban intensivamente y los inquilinos debían presentarse cada mañana ante el patrón o el administrador para que éste dispusiera lo que debían hacer. Muy temprano se los veía llegar desde los distintos sectores del fundo donde tenían sus casas y pararse a conversar en voz baja mientras esperaban que llegaran las órdenes.
Si el patrón se demoraba, seguían ahí parados sin impacientarse, aprovechando de intercambiar chistes, pelambres y uno que otro consejo. Muchas veces el patrón les pedía algo sencillo, como llevar los caballos a otro potrero y nada más. Otras veces, las tareas eran más pesadas y ocupaban toda la jornada. Lo importante es que ellos siempre estaban disponibles "para lo que el patrón mande". Y en eso consistía su trabajo: estar disponibles."
Luego de comprender nuestra esencia sacadora de vuelta, el último párrafo es clave y nos remata (el que esté libre de pecado, que lance la primera piedra):
Hoy en día, es frecuente ver personas que llegan muy temprano a sus lugares de trabajo, para -una vez allí- tomarse un café, hablar de fútbol, jugar solitarios o chatear. No creen estar haciendo algo malo ni "sacando la vuelta". Sienten que están trabajando, porque están en el lugar de trabajo. Se van tarde a la casa y llegan agotados, porque han trabajado todo el día: han estado disponibles.Valorar la eficiencia implica una nueva concepción de trabajo donde, al comprender las metas y siendo responsables de su logro, planificamos con autonomía el mejor camino para lograrlas. Si no aprendemos este nuevo modelo, si no comenzamos a aprovechar el tiempo de trabajo y entender todo lo que vale el tiempo libre para estar con la familia, no veremos crecer a nuestros hijos y nos cansaremos inútilmente; seguiremos siendo o manteniendo a trabajólicos ineficientes".
Yo creo que a todos los que trabajamos nos ha pasado. En Chile está súper arraigada la cultura del cafecito al llegar a la oficina, el cafecito después de almuerzo, el cigarrito, los solitarios en el pc, largas llamadas telefónicas personales, etc.
Eso ha llevado a la vez a que en algunos lugares de trabajo, en pos de la productividad, se controlen las actividades de cada persona, se les regulen los horarios para ir al baño, se le instalen programas "espías" en sus computadores para chequear que se utilicen sólo para trabajar, etc.
¿Dónde está el límite? ¿En la autoregulación del uso de su tiempo de la persona que trabaja? ¿O en la vigilancia y la creación de reglas por parte del empleador?
Don Vittorio Corbo, destacado economista y actual presidente del Consejo del Banco Central, escribía en una columna el año 2001:
"La jornada de trabajo tiende a disminuir a medida que los países aumentan su nivel de ingreso gracias a ganancias de productividad y a que las personas voluntariamente deciden utilizar mayor parte de su ingreso en comprar más tiempo libre. Pero hacerlo al revés, esto es, disminuir la jornada laboral antes de que suba la productividad, es exactamente equivalente a un aumento arbitrario en el salario con los consabidos negativos efectos en el empleo. El aumento resultante en el desempleo no sería culpa del modelo sino de políticas anti empleo y contrarias a principios fundamentales de racionalidad económica".
A pesar de esto, desde finales del año pasado los índices de desempleo han ido bajando cada vez más...
A la vez, el último estudio Chilescopio revela que en las prioridades de los chilenos, está primero tener un trabajo estable, luego "ser competente", luego una buena posición económica, éxito profesional y mucho más atrás, tener tiempo libre y medios para disfrutarlo.
¿Qué conclusión podemos sacar? Aunque estén haciendo nada en sus lugares de trabajo, prefieren estar ahí para sentirse "disponibles" y asegurar así un trabajo estable; ser competentes es "hacer bien lo que les piden"; la buena posición económica se logra con "horas extra", el éxito es la recompensa a "haber estado siempre disponibles y haber hecho bien lo que te pidieron"; y el tiempo libre... bien gracias. Así, los niños se crían solos, las familias no conviven, se inculcan valores medios trastocados como la realización personal a través del trabajo y el dinero y nos deshumanizamos...
Creo que un punto importante que debería incluirse en los programas de formación de técnicos y profesionales es el correcto uso del tiempo, para conseguir una jornada corta y eficiente y equilibrar de una vez por todas la vida laboral con un correcto desarrollo personal.
Es irónico que lo diga yo, que en este momento estoy sacando la vuelta en mi horario de trabajo actualizando mi blog. Ja!
memorable tu remate caro!
Y... bueno, no podría darte una opinión al respecto porque aún no entro a ese mundillo laboral.
Pero apoyo tu moción del éxito vs familia. ¿A fin de cuentas, qué termina por ser más importante?
Mis viejos optaron por vivir en provincia, relajados y preocuparse de nosotros. Yo, creo que veré eso en el momento que decida formar una.
Porque Santiago -por lo que he visto en estos años- es el peor lugar para llevar una familia.